Los procesos de transición en el mundo no están exentos de debates, más o menos intensos dependiendo del nivel de polarización que desatan los procesos de paz en diferentes sociedades. No existe una regla universal para determinar la correlación entre procesos de paz y polarización o división de la sociedad, porque cada contexto es particular y porque la polarización suele ser multi causal (v.g. por inequidad en la distribución de la riqueza, por la exclusión de amplios sectores de la sociedad del desarrollo, por la debilidad y estrechez de los modelos democráticos, entre otros).

Hay procesos, como en el caso de la negociación entre la ex guerrilla de las FARC y el Gobierno de Colombia, en los que el acuerdo alcanzado por las partes carece del respaldo de la mayoría de la población y, por lo tanto, no cuenta con la suficiente legitimidad para que la sociedad en su conjunto lo defienda y se apropie de él.

Aun cuando el acuerdo de paz con las FARC significa un hito histórico en 50 años de conflicto armado interno, cuando fue sometido a refrendación popular, la mayoría votó por el no. Son múltiples las explicaciones para este desconcertante resultado, en un país con más de ocho millones de víctimas de un conflicto armado que se fue degradando y que ha producido dolor y muerte a lo largo y ancho del país.

Aun así, Colombia empieza a transitar por la larga y difícil senda de la reconciliación. la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC y la posterior dejación de armas y desmovilización de esta guerrilla, la más antigua y grande del continente, ha transformado al país. A pesar del desalentador y lento avance de la implementación de los acuerdos y de la fragilidad de lo que ya se ha empezado a materializar, en los últimos años han ocurrido cosas que eran impensables unas décadas atrás. Me refiero al encuentro y el dialogo respetuoso entre adversarios en la guerra, entre víctimas y responsables de graves violaciones de derechos humanos y entre comunidades largamente distanciadas por la desconfianza que produce más de cinco décadas de conflicto armado interno.

Una corriente casi subterránea se abre camino entre la desesperanza de muchos, el escepticismo de otros y la apatía de tantos. Tal vez sea aún imperceptible en Bogotá y en las grandes ciudades, pero en muchas regiones, veredas y en el campo, la vida de mucha gente ha cambiado.

Hechos concretos y significativos como poder transitar de noche por carreteras antes vedadas a partir de las 6 de la tarde; encuentros casuales el día de mercado con antiguos adversarios, contradictores e incluso enemigos que no generan zozobra, tensión o miedo; largas conversaciones entre excomandantes de un bando y de otro sobre la paz, la verdad y la reconciliación son hechos que indican que otra forma de relacionarnos es posible.

Mi generación, a la que le ha correspondido esta tarea, tiene la obligación ética y moral de hacer los mayores y mejores esfuerzos para dejarle a las futuras generaciones un mejor país y una sociedad que pueda finalmente sanar sus heridas y convivir en paz.

Este es también el compromiso del Centro Internacional para la Justicia Transicional en Colombia. Le hemos apostado al proceso de paz con las FARC y estamos convencido de que la paz estable y duradera sólo es posible con todos aquellos que participaron en este largo y doloroso conflicto.

Por eso decidimos buscar a los excombatientes de las extintas AUC e iniciar un dialogo a fondo sobre el aporte a la verdad, el reconocimiento de responsabilidades, la reconciliación y la paz. Y así, llegamos a la Fundación Aulas de Paz.
La convicción con la que trabajan Rodrigo y su equipo nos demostró que, con la ayuda adecuada, los seres humanos se transforman, que las decisiones del pasado, que causaron terror, dolor y sufrimiento en miles de personas indefensas, se pueden enmendar con acciones decididas por la reconciliación y la paz. El proceso de creación de la Fundación Aulas de Paz es un ejemplo de ello.

Son ya varios los actos de reconocimiento de responsabilidad y perdón que han protagonizado los excombatientes de las extintas AUC que acompaña la Fundación Aulas de Paz. Y el trasegar por ese camino doloroso que lleva a mirar a los ojos a las víctimas con profunda humildad ha contribuido a sanar el alma de afectados y responsables y ha transformado corazones.

La disculpa y el perdón son actos que reafirman la norma que fue transgredida y que produjo la ruptura de la relación entre los ciudadanos y de estos con el Estado. En este sentido, el acto de reconocimiento de responsabilidad tiene la fuerza de romper el círculo vicioso de la repetición de la transgresión de la norma por medio de la violencia. Si bien, el perdón y el arrepentimiento tienen un carácter personal y privado, y pertenecen fundamentalmente al ámbito de las creencias morales y religiosas, también pueden tener una dimensión colectiva y política, en la que se reivindican valores éticos de la sociedad como el respeto de los derechos humanos y el valor de lo público como un bien que debe ser respetado por todos.

La sociedad, por su parte, tiene la obligación ética de reconocer también su responsabilidad en los graves hechos. La complicidad y el silencio han erosionado el tejido social, profundizado las históricas desconfianzas entre diversos sectores de la sociedad y debilitado los consensos.

La democracia colombiana ha sido asaltada por los intereses particulares, legales e ilegales, y el Estado, en varias regiones, ha sido cooptado para favorecerlos. Sólo si develamos y enfrentamos esta realidad podremos emprender un camino cierto de reconstrucción y reconciliación.

Muchos en esta sociedad fragmentada tenemos que aprender a hacernos cargo de lo que nos corresponde. A cada quien su propia carga, dice el dicho. La Fundación Aulas de Paz tiene mucho que enseñar, si les damos la oportunidad de ser escuchados y de compartir la experiencia que han acumulado durante más de quince años apoyando proceso de transformación de quienes alguna vez decidieron defender sus intereses y los de otros por medio de la violencia y optaron por el valiente camino de reinventarse, con el propósito de enmendar sus errores, esta vez sí, honrando la vida.

María Camila Moreno M.

Directora en Colombia del Centro Internacional para la Justicia Transicional –ICTJ-